El amor de Luisa hacia Jesús va a ser primordial durante toda su vida; también la devoción hacia la Madre de Dios va a ser fundamental en su crecimiento como alma escogida para la gran misión a la que fue llamada por el Señor. Luisa recibe su Primera Comunión a los nueve años, un domingo "In Albis", el domingo siguiente a la Pascua de Resurrección, día en el cual hoy celebramos la Fiesta de la Misericordia, y ese día recibe también el sacramento de la Confirmación. Después de recibir a Jesús Sacramentado por primera vez, nace en ella un deseo grande de estar frecuentemente con el Señor, durante horas enteras en oración, frente al sagrario, en la Iglesia parroquial de Santa María Greca. Su amor por la Santísima Virgen la lleva a hacerse hija de María a los once años, y más tarde, a los diecisiete, ingresó en la Orden Terciaria de los Dominicos, escogiendo el nombre de Magdalena.
Jesús comienza a hacerse oir en su interior.
Luisa narra que a los doce años comenzó un período de su vida en el que comenzó a oir la voz de Jesús interiormente, especialmente cuando recibía la Santa Comunión; aunque a veces debía ir con la familia a una granja fuera de Corato, en un lugar llamado Torre Disperata, y pasaba hasta meses sin la Santa Misa y la Comunión, lo que le ocasionaba un sufrimiento muy grande. Jesús, como Maestro Divino, le daba lecciones sobre la humildad, la mansedumbre, la obediencia, la cruz; sobre su Vida Oculta y cómo debía ella modelar su vida al ejemplo de la Sagrada Familia en Nazaret. La voz de Jesús la seguía continuamente, y en sus faltas la reprendía en todo lo que no estaba bien, corrigiéndola y enseñándole, como un padre amoroso, el modo de hacer bien las cosas.
Los modos que Jesús emplea para hablarle a Luisa.
En el libro primero, escrito en obediencia a su confesor, entre 1899 y 1900, y cuando ya ha tenido la experiencia de oir al Señor durante años, Luisa describe los modos que Jesús ha utilizado al hablar con ella, y que ella resume en cuatro. Los expondremos de manera resumida.
Escribe Luisa: "El primer modo es cuando el alma sale fuera de sí. Pero antes, quiero explicar lo mejor que pueda este salir fuera de mí misma, y esto sucede de dos modos: El primero es instantáneo, casi como un relámpago; y es tan repentino, que me parece que el cuerpo se eleva un poco de la cama para seguir al alma, pero luego queda en la cama; y a mí me parece que el cuerpo queda muerto, y el alma, en cambio, sigue a Jesús, girando por todo el universo, la tierra, el aire, los mares, los montes, el purgatorio y el cielo, donde muchas veces me ha hecho ver el lugar adonde iré después de muerta. El segundo modo en el que el alma sale fuera de mí, es más suave; parece que el cuerpo se adormece insensiblemente y queda como petrificado ante la presencia de Jesucristo; pero el alma permanece con el cuerpo, y éste no siente nada de las cosas exteriores, aunque se trastornara todo el universo o me quemaran o me redujeran a pedazos. Entonces, éstos son los dos modos en los que el alma parece que sale del cuerpo, y en los dos me habla Dios. Y Él mismo llama a este modo de hablarme "hablar intelectual". Trataré de explicarlo: El alma sale del cuerpo y, encontrándose ante Jesús, no tiene necesidad de sus palabras para comprender lo que el Señor le quiere decir, ni el alma tiene necesidad de hablar para hacerse entender... De una luz que viene de Jesús a mi inteligencia, siento que se imprime en mí todo lo que mi Jesús quiere hacerme entender. Este modo es muy alto y sublime, de manera que mi naturaleza difícilmente puede adaptarse a explicarlo con palabras; apenas puede decir alguna idea. Este modo en que Jesús se hace entender es rapidísimo, en un instante se captan muchas más cosas sublimes que leyendo libros enteros... Ahora trataré de explicar el segundo modo que Jesús tiene para hablar: Y es que el alma, encontrándose fuera de mí misma, ve a la persona de Jesucristo, ya sea de niño, ya sea crucificado, o en cualquier otro aspecto; y el alma ve que el Señor pronuncia las palabras con su boca y el alma responde con su boca. A veces sucede que el alma conversa con Jesús como harían dos íntimos esposos; aunque el hablar de Jesús es parquísimo, apenas cuatro o cinco palabras y, a veces, hasta una sola. Raras veces se extiende más, pero en su poquísimo hablar, ¡oh, cuánta luz pone en el alma! Este segundo modo es más accesible a la naturaleza humana, y fácilmente lo sabe manifestar; porque el alma, regresando de nuevo a mí, trae consigo lo que oyó decir de la boca de Nuestro Señor y lo comunica al cuerpo... El tercer modo con el que Jesús me habla es cuando Él, hablando, le participa al alma la misma sustancia de lo que le dice. A mí me parece como cuando el Señor creó el mundo: con una sola palabra fueron creadas todas las cosas. Así, siendo su Palabra creadora, en el mismo acto en que dice la palabra, crea en el alma esa misma cosa que dice. Para explicar mejor este hablar sustancial de Jesús, digo otra cosa: Jesús dice: "Mira cuán puro soy. También en ti, quiero pureza en todo." En estas palabras el alma siente entrar en ella una pureza divina, y esta pureza se transmuta en ella misma, y el alma llega a vivir como si no tuviera más cuerpo. Y así, con las demás virtudes. ¡Oh, cuán deseable es este hablar de Jesús! Yo daría todo lo que está sobre la tierra, si fuera la dueña de todo, con tal de tener una sola de estas palabras de Jesús... El cuarto modo en que Jesús me habla es cuando me encuentro en mí misma, es decir, en el estado normal, y este hablar es también de dos modos. El primero es cuando, encontrándome recogida en el interior del corazón, sin articulación de palabras ni sonidos a los oídos del cuerpo, Jesús me habla interiormente. El segundo es como hacemos nosotros, y esto sucede a veces hasta estando distraída o hablando con otras personas. Pero una sola de estas palabras basta para recogerme si estoy distraída, para darme la paz si estoy turbada, para consolarme si estoy afligida".
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